Editorial
10 de Julio de 2020

MERITÓCRATAS

MERITÓCRATAS

(por Walter Ditrich).- Pienso la meritocracia como una carrera.  En ella, los que llegan primero por “mérito propio” alcanza el éxito. Para esforzarse en participar,  hay que estar de acuerdo con que el éxito son únicamente el dinero y el reconocimiento profesional.

Los meritócratas aseguran que alcanzar la meta, es solo consecuencia de lo que uno haga. Para la mirada meritocrática, llegar al éxito  es única consecuencia de nuestras capacidades y esfuerzos. De tal manera, que los relegados, “algo habrán hecho o no hecho” en la competencia de méritos para ir quedando atrás.

Lo que no aclaran desde el meritocratismo, es que no todos partimos desde el mismo lugar y con las mismas posibilidades. A la hora de iniciar el camino, hay muchas desigualdades. Hay quienes tienen ventaja. Son los que suelen alcanzar las mieles del éxito, seguramente también impulsados por el propio mérito.  Ellos, los campeones de la meritocracia,  no reconocen que partieron con ventaja. Nunca aclaran que son privilegiados. Prefieren, argumentar que llegar al podio tiene que ver exclusivamente con las capacidades de cada uno.

Llamativamente, los que van quedando rezagados o fuera de carrera, arrumbados en las banquinas de la exclusión meritocràtica; también suelen creer ese discurso. Se terminan convenciendo de que algo no hicieron, que es su culpa, que son incapaces, poco creativos o están condenados al fracaso desde la vida misma.

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Le llaman meritocracia. Antes le decían “sálvense quien pueda”. Es individualismo, mirarse el ombligo, suponer que los pobres son pobres por elección. De tal forma que todos aceptemos que siempre ha sido así y acá no es feliz el que no quiere.

Para asegurar que la meritocracia es la forma más justa de jugar en la carrera, habría que garantizar que todos partimos en igualdad de condiciones.

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Pero no es lo mismo comer todos los días a que te falte olla de chiquito. No es lo mismo que estén papá y mamá a que no estén. No es lo mismo la calefacción central a la casucha de chapa y cartón. No es lo mismo el guiso permanente o la dieta variada y saludable. Es diferente la escuela que se te cae encima donde el comedor no da a vasto;  a  la scholl privada con proyecto educativo innovador. Se aprende distinto en piso de tierra sin luz que con wifi y compu personal. Te curan diferente con prepaga o haciendo cola en el hospital público rebalsado. No es igual el patio de country que la zanja en el pasillo de la villa. Cambia la vista cuando mirás por la ventana y vez marginalidad, narcotráfico y paco en lugar de un campo de deportes y verde césped.

Hay quienes parten con ventaja en tiempos de meritocracia. Y hay, los nadies que están condenados a pelear el descenso.

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Leí un artículo que explicaba como Mark Zuckerberg creo Facebook y se hizo millonario por mérito propio, pero también porque sus padres le pagaron clases particulares de computación y lo enviaron a las más caras escuelas, incluida Harvard. El dueño de Amazon, Jeff Bezos, inició con genialidad su negocio en un garaje. Pero papá y mamá lo ayudaron con 240 mil dólares. A Bill Gates, la mamá lo contactó con IBM para que esa empresa aceptara su software.

Los meritócratas más relevantes, se esforzaron, pero pertenecen a una elite que sigue reproduciendo sus privilegios desde la cuna. Son los que corren con ventaja. Pero en lugar de esperar a los demás e intentar que caminemos todos juntos, suelen celebrar en el podio culpabilizando a los que quedaron atrás señalándonos. Desde el triunfo, estigmatizan a los condenados  sin juicio previo.

“No hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas, que sin oportunidades esa mierda no funciona” canta Wos desde la rebeldía de la rima barrial. Y dispara: “Y no, no hace falta gente que labure más, hace falta que con menos se pueda vivir en paz, mandale gas, no te perdas, acordate en dónde estás, fijate siempre de qué lado de la mecha te encontrás”.

“Sin oportunidades, esta mierda no funciona”. Ojalá, podamos construir un mundo de iguales donde no se salve sólo el que pueda. En una patria de oportunidades el éxito tiene que ser colectivo.  No es posible salvarse solo, aunque corras con ventaja y con las alforjas cargadas de  mérito propio.

Si en lugar de competir en la carrera de la meritocracia, nos detuviéramos a ayudar al que tropezó ; tal vez llegamos todos juntos a la meta. Será más tarde. Habrá que compartir el podio entre muchos. Pero “ tal vez todos podamos vivir en paz”.

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